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Mostrando las entradas de marzo, 2007

El fondo del mar

La señorita Munt tenía una mirada que daba miedo. Era la maestra de sexto. Hacía más de veinte años que daba clases en el mismo grado. Era rubia, usaba una melenita con flequillo que la hacía verse como una nena vieja. Nunca la vimos maquillada. De la señorita Munt sabíamos que tenía cuarenta y seis años, que era viuda y vivía con su madre, y que no tenía hijos. Su marido había muerto ahogado. Era buzo de la prefectura. Nunca encontraron el cuerpo. Esa historia la contó la portera. Lo sabía toda la escuela, desde los chicos de primero hasta los de séptimo. La señorita nunca hablaba de su vida. Tampoco le importaba las nuestras. Cuando nos enfermábamos y faltábamos muchos días y volvíamos a clase, ella no preguntaba que nos había pasado. Sólo pedía el certificado del médico y la libreta sanitaria. Diego Lencina tenía doce años. Había repetido tercer grado. Las maestras lo aprobaban para sacárselo de encima. En los recreos le pegaba a los más chicos para

Dormir

Dormir Eran las dos de la mañana cuando Silvia me llamó para decirme que Eduardo había muerto. Me acuerdo que le pregunté si estaba segura de lo que estaba diciendo. Me dijo que sí y cortó. Me levanté de la cama, me vestí y salí. Tomé un taxi en la avenida Pueyrredón. Silvia y Eduardo vivían en Pringles y Sarmiento. El viaje duró unos quince minutos. Hacía mucho calor. Los bares estaban abiertos y las heladerías también. El taxi paró en el semáforo de Córdoba y Pueyrrredón. Un grupo de pibes cruzó la avenida, se reían. Los miré y pensé que ellos no sabían nada de lo que me estaba pasando. Llegué a la casa de Silvia. Su madre me abrió la puerta. Entré al living y vi a una mujer sentada en uno de los sillones. Es una vecina, me dijo. -Eduardo está arriba. Estamos esperando a la ambulancia del servicio fúnebre - dijo la madre de Silvia. Mientras subíamos la escalera me enteré que habían terminado de cenar, cuando Eduardo se quejó de un dolor en el pecho. Silvia