El fondo del mar

La señorita Munt tenía una mirada que daba miedo. Era la maestra de sexto. Hacía más de veinte años que daba clases en el mismo grado. Era rubia, usaba una melenita con flequillo que la hacía verse como una nena vieja. Nunca la vimos maquillada.
De la señorita Munt sabíamos que tenía cuarenta y seis años, que era viuda y vivía con su madre, y que no tenía hijos. Su marido había muerto ahogado. Era buzo de la prefectura. Nunca encontraron el cuerpo. Esa historia la contó la portera. Lo sabía toda la escuela, desde los chicos de primero hasta los de séptimo. La señorita nunca hablaba de su vida. Tampoco le importaba las nuestras.
Cuando nos enfermábamos y faltábamos muchos días y volvíamos a clase, ella no preguntaba que nos había pasado. Sólo pedía el certificado del médico y la libreta sanitaria.
Diego Lencina tenía doce años. Había repetido tercer grado. Las maestras lo aprobaban para sacárselo de encima.
En los recreos le pegaba a los más chicos para robarles lo que tenían para comer. Cuando estaba en quinto grado lo suspendieron por una semana por tocarle el culo a la maestra de primer grado.
La madre de Diego vino a la escuela, justificó la conducta de su hijo diciendo que ella no tenía marido y que su hijo no tenía padre. Que así era muy difícil criar a un hijo. Ella hacía lo que podía.
El padre de Diego se fue una mañana sin dejar señales. Tres años después llegó una carta. Diego tenía ocho años. Era 1979.
En esa carta su padre decía que estaba trabajando en la Universidad de México. Desde entonces todos los meses mandaba plata y fotos que Diego nos mostraba con orgullo. También le mandaba muñecos articulados.
Yo los vi una vez que tuve que llevarle la tarea. Estaban todos acomodados sobre un modular que estaba en el comedor.
Me acerqué al modular. Agarré uno. Eran de plástico, muy brillosos. Se notaba que Diego no jugaba con ellos. Diego me dijo que se llamaban Playmobil que acá en Argentina esos no se conseguían. Los agarró a todos y los puso sobre la mesa. Mirá me dijo y me mostró como los muñequitos movían los brazos y las piernas. Me quedé fascinada.
-No los llevó a la escuela porque mi mamá no me deja- me dijo- tiene miedo que me los roben.
Los volvió a poner sobre el modular, acomodados como estaban antes.
-Mi papá me dijo que en la próxima encomienda me mandaba el jeep para los exploradores.
Mientras Diego copiaba la tarea, yo observaba el comedor. No había fotos de su padre.
El primer día de clase la señorita Munt entró al aula haciendo ruido con los tacos de los zapatos. Nos paramos cuando la vimos entrar. Ella nos saludó y nos dijo que podíamos tomar asiento. Cerró la puerta y durante unos segundos nos miró a todos.
-No veo ninguna cara desconocida- dijo.
El aula se lleno de murmullos.
-Silencio- dijo sin gritar.
Sobre el escritorio había un florero de boca ancha que tenía dos claveles rojos. Se sentó, abrió el registro y comenzó a pasar lista.
Después de pronunciar cada nombre y apellido levantaba la mirada para observarnos. Cuando terminó, cerró el registro, se levantó y se paró en el medio del aula.
-Este año voy a dictar. Ya son grandes. Anoten-dijo.
Comenzó a dictar la lista de materiales que teníamos que traer. Una carpeta Nro 3. Hojas rayadas para lengua, sociales y naturales. Hojas cuadriculadas para matemática. Escuadra, regla y transportador. Goma de borrar, plasticola. Un marcador rojo y otro verde. Una lapicera de pluma con tinta azul.
-Nada de bolígrafos, ni de carpetas con tapas escritas o con fotos. Tapas negras o azules-dijo como deletreando las palabras.
Mientras la señorita Munt hablaba se escuchó una risa. Era Diego.
La señorita Munt se acercó al banco y le preguntó qué era lo que le causaba tanta gracia. La sonrisa de Diego Lencina se desdibujó.
-Lencina, qué le causa tanta gracia- repitió, con un tono de voz más alto.
-Bolígrafo-contestó Lencina, con un hilo de voz y sin mirarla.
La señorita Munt nos dió una larga explicación sobre la diferencia entre una lapicera y un bolígrafo. Nos dijo que cuando uno no sabe algo tiene que preguntar en lugar de reírse. Porque reírse es de ignorantes, dijo y lo miró a Diego.
Sonó el timbre. Y era un alivio.
-Todos pueden salir. Diego Lencina se queda- dijo.
Cuando volvimos del recreo, Diego estaba sentado en una silla, al lado del escritorio de la maestra. El pizarrón estaba escrito.
-Copien-dijo la señorita Munt.
Nos miramos. Nadie se atrevía a decir que la letra no se entendía.
-Copien-volvió a decir.
Marianela dijo que la letra no se entendía.
-Lencina, tus compañeros dicen que la letra no se entiende-dijo.
La señorita Munt borró todo lo que estaba escrito en el pizarrón.
-Vas a tener que copiar todo de nuevo- le dijo a Diego.
La maestra comenzó a dictarle. Osmósis. No sabíamos qué era eso.
Diego escribía con errores de ortografía. Nos reíamos en voz baja y disfrutábamos de la derrota de Diego. Con esta no va a poder-le dije a Marianela.
-Entienden-preguntaba cada vez que Diego terminaba de escribir una oración.
Si decíamos que no, lo hacía borrar y volver a escribir. Cuando el pizarrón estuvo lleno de oraciones, la señorita dio la orden de copiar.
-Ve Lencina tiene está letra por escribir con bolígrafo. Entiende por qué debe usar lapicera. Bueno, ahora siéntese y copie. -dijo







Ya estábamos en Noviembre y la señorita Munt empezó a cerrar los promedios. Pedía las carpetas de manera sorpresiva.
Le pidió la carpeta de Diego Lencina. Tenía pegada una foto de Maradona. La carpeta estaba incompleta. La letra no se entendía.
-Esta letra parece la de un perro- le dijo. –No se puede pensar con los pies- le dijo y le entregó la carpeta.
La señorita Munt dijo que había alumnos que pensaban que se aprendía por osmósis.
-¿Se acuerdan de lo que es? – dijo.
Todos dijimos que sí. La maestra caminaba entre los bancos. Hasta que se paró al lado del banco de Diego. Mirando al frente dijo
-Algunos ya no van a aprobar. Ni aunque estudien-advirtió.
Sonó el timbre. La señorita nos dejó salir. Menos a Diego.
-Lencina, cambiá el agua del florero y tira las flores, después podés ir al recreo-le dijo.
Cuando entramos al aula nos sentamos. Clara, una de las chicas que se sentaba adelante dijo, miren eso.
Nos levantamos todos, estábamos alrededor del escritorio, mirábamos el florero con agua y muñequito en el fondo. Era un buzo, que movía las piernas. Era azul.
-Ahí viene-dijo alguien desde la puerta.
Todos sentamos. La maestra entró. Se sentó. Miró el buzo en el fondo del florero.

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