Dormir

Dormir

Eran las dos de la mañana cuando Silvia me llamó para decirme que Eduardo había muerto. Me acuerdo que le pregunté si estaba segura de lo que estaba diciendo. Me dijo que sí y cortó.
Me levanté de la cama, me vestí y salí. Tomé un taxi en la avenida Pueyrredón. Silvia y Eduardo vivían en Pringles y Sarmiento. El viaje duró unos quince minutos. Hacía mucho calor. Los bares estaban abiertos y las heladerías también. El taxi paró en el semáforo de Córdoba y Pueyrrredón. Un grupo de pibes cruzó la avenida, se reían. Los miré y pensé que ellos no sabían nada de lo que me estaba pasando.
Llegué a la casa de Silvia. Su madre me abrió la puerta. Entré al living y vi a una mujer sentada en uno de los sillones. Es una vecina, me dijo.
-Eduardo está arriba. Estamos esperando a la ambulancia del servicio fúnebre - dijo la madre de Silvia.
Mientras subíamos la escalera me enteré que habían terminado de cenar, cuando Eduardo se quejó de un dolor en el pecho. Silvia lo acompañó al cuarto. La madre de Silvia se quedó levantando la mesa. De pronto escuchó un grito de Eduardo y otro de Silvia.
- Creí que estaban discutiendo y por eso no subí. Hasta que escuché a Silvia llorar y pensé que estaba pasando algo grave.
Yo pensaba en Eduardo. En la última cara de Eduardo mirándose al espejo, afeitándose.
-Cuando llegó el médico ya no había nada que hacer- me dijo a madre de Silvia y apretaba un pañuelo de papel.
Entré al dormitorio. Me acerqué despacio, con miedo, como si pudiera despertarlo. Y lo miré. Estaba ahí, pero no estaba. No tenía camisa y los pantalones estaban desabrochados y estaba descalzo. Vi la camisa tirada en el piso. Sobre la mesa de luz estaba el llavero que le había regalado para el último cumpleaños. Reconocí las llaves de mi departamento.
Salí y me encontré con Silvia en el pasillo. No me acuerdo qué le dije, pero en cambio me acuerdo que cuando ella me abrazó me dijo:
-¿Y ahora qué vamos a hacer?
Qué vamos a hacer. Eso dijo. Nada, pensé. Pero no se lo dije.
Le pregunté por Pablito. Me dijo que se había quedado a dormir en la casa de un amigo.
Bajé a la cocina, estaban preparando café. No soportaba el calor ni el encierro. Salí al patio, las luces estaban encendidas, miré el reloj, eran las cuatro de la mañana. Me sorprendió lo rápido que había pasado el tiempo. El perro se acercó, apoyó su hocico sobre mis rodillas y movió la cola. La vecina me dio una taza de café. Me senté en una reposera. Miré el ficus que Eduardo había comprado en el Mercado de Frutos.
Sonó el timbre. Me acerqué a la puerta cancel para ver quién era. Era la ambulancia. Llamé a la madre de Silvia. Dos hombres del servicio fúnebre entraron con una camilla. Yo volví a la reposera.
Todo esto ocurría pero yo estaba con Silvia y Eduardo en el vip del Roxy. En el invierno del ´93. Habíamos ido a ver a una banda donde tocaba un amigo de Eduardo. Silvia estaba cansada y quería irse. Eduardo estaba entusiasmado con la idea de subir al escenario a tocar un tema con ellos. Yo había tomado mucha cerveza y todo me daba lo mismo. En esa época Silvia y Eduardo todavía eran novios.
Los conocí cuando entré a trabajar con secretaria en el estudio contable del padre de Eduardo. Silvia era la recepcionista. Yo estudiaba periodismo y hacía prensa de bandas under. Silvia me parecía demasiado simple. Pero Eduardo me gustó desde la primera vez que lo vi.
Me sacaron del Roxy la salida de la camilla y el llanto de Silvia.
-Quién iba a decir que esto iba a pasar-dijo la vecina- Así, de repente.
-Es que Eduardo no se cuidaba. Fumaba mucho-dijo la madre de Silvia.
Mientras trataban de encontrar explicaciones, yo estaba otra vez en el Roxy. Cuando Eduardo subió al escenario para tocar, Silvia se fue. Yo me quedé. Cuando terminaron de tocar Eduardo subió al vip con todos los músicos de la banda. El guitarrista sacó del estuche una botella de JB. Yo no tomaba whisky, pero acepté un vaso.
-Yo te vi una vez en Caras más Caras-le dije a Eduardo.
-Con Soldado Venga- me dijo.
-Eran buenos-le dije.
-Sí, porque tomábamos mucha cocaína- me dijo y se río. –Ahora no tomó más.
-Por qué no volvés a cantar-le dije-alentandoló.
-Porque no quiero problemas- dijo.
-Pero no tiene que ser como antes.
Le dije que iba al baño. Cuando me levanté del sillón me di cuenta que no podía caminar. Entré al baño y vomité. Cuando salí, Eduardo me estaba esperando en la puerta. Me preguntó si estaba bien. Le dije que no. Me llevó a casa.
En el camino no hablamos. Ya era de día. Cuando llegamos al edificio estacionó el auto. Me pidió las llaves. Me dijo que él abría la puerta y se iba. Yo le dije que no hacía falta, pero insistió. Bajamos del auto. Cuando llegamos a la puerta del edificio no sabía que decirle, lo miré y el me dio un beso en el cuello. Se fue.
Al día siguiente me llamó para preguntarme cómo me sentía. Le dije que más o menos. Me sentía avergonzada y no hice más que pedirle disculpas. Después me dijo que había estado pensando en armar una banda y volver a tocar, me preguntó si quería hacerle la prensa. Le dije que sí.
Silvia se ocupaba de conseguir las fechas. Yo, de promocionarlas y conseguir notas. Yo salía con ellos a todas partes, hasta que se casaron y nació Pablo, Silvia ya no quiso salir de noche. Pero Eduardo no quería dejar la banda. Silvia me dijo que me ocupará de las fechas y de la prensa. Vos sos una más de la familia, me dijo.
Después de los shows Eduardo se quedaba en casa. Volvía con Silvia al día siguiente. Eduardo repartía el tiempo entre Silvia, su hijo y yo.
En el 97 se desarmó la banda. Justo antes de grabar el primer disco pero Eduardo siguió ensayando. También me acompañaba a los shows de las bandas a los que yo le hacía la prensa.



El teléfono no paraba de sonar. A veces atendía yo, otras veces la madre de Silvia o algún vecino comedido.
Durante el velatorio y después en el entierro no quise estar cerca de Silvia.
Eso fue un martes. En los días siguientes casi no salí de casa. Me bañaba varias veces al día. Lloraba. Veía a Eduardo en el orden alfabético de los discos, en su música, en sus cosas.
A la semana fui a ver a Silvia. La encontré deshecha. Pasamos a la cocina. Ella estaba preparando el mate. Estaba de espaldas. Le pregunté cuándo iba a volver a trabajar. Me dijo que la otra semana. Que en la oficina la necesitaban y que ya no podía seguir faltando. Pregunté por Pablito. Me dijo que había ido a la plaza con la abuela.
Se dio vuelta, me miró y me dijo que quería sacar del placard toda la ropa de Eduardo. Si podía ayudarla con eso.
-Todo está como él lo dejo- me dijo.
Le pregunté si quería ir a tomar algo afuera. Que le iba a hacer bien distraerse.
-Después vemos eso-le contesté.
Fuimos a un bar de la calle Honduras. Pedimos una cerveza. Silvia sólo hablaba de Eduardo. Me contó que el día de su muerte, Eduardo había dormido la siesta en el sofá. Ella se sentó enfrente para verlo dormir. De pronto él se despertó, la miró y le preguntó qué estaba mirando.
-Yo le dije que lo estaba mirando a él- me dijo Silvia.
Se hizo un silencio. La música aturdía.
-¿Cómo era con vos cuándo se despertaba?- me preguntó Silvia.

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