La gallina

Ana y Marisa jugaban a las vecinas. Estaban sentadas en el porche de la casa de Marisa, desde ahí se veía la plaza con el pino alto, el mástil donde nunca había bandera, rodeado de un camino hecho de piedritas naranjas. Ese día no jugaban en la plaza porque hacía mucho calor.
El porche estaba limpio, el piso brillaba. La madre de Marisa decía que lo limpiaba con kerosene. Esa era la única parte de la casa que le agradaba a Ana. El resto de la casa era desordenada y sucia. En la cocina siempre había moscas. En el patio de atrás no podían jugar, siempre estaba lleno de las maderas que usaba el padre de Marisa en el taller de carpintería. También estaba el gallinero del que salía un olor que a Ana le desagradaba.
En el piso del porche había una mantel de tela que Marisa le sacó a su mamá para jugar. Era un mantel con círculos amarillos y naranjas. Sobre el mantel había dos tazas, una azucarera, cucharas, una jarra, una botella, un cuchillo, y las mamaderas de las muñecas.
La muñeca de Ana estaba acostada en un rincón, la de Marisa dormía adentro de un chochecito de bebé. El chochecito era de verdad. Era el cochecito de Juan el hermanito de Marisa que tenía tres años.
Ana le preparaba a Marisa un jugo de malvones rojos con la licuadora a pilas que le habían traído los reyes magos. De repente Marisa dijo:
-Mi papá va a matar una gallina. ¿Querés ver?.
Ana dijo que sí. Le intriga saber cómo moría una gallina.
Ana dejó las tazas. Marisa la llevó al fondo, donde estaba el gallinero. Ana vio al padre de Marisa, un hombre gordo de rulos negros y anteojos muy grandes. Usaba una soga atada en la cintura para sostener el pantalón. Estaba sin camisa. La piel le brillaba.
Ana y Marisa se quedaron paradas al lado de la pileta de lavar. Las gallinas corrían de un lado a otro como si supieran lo que estaba por pasar.
El padre de Marisa apresó a una gallina de plumas naranjas. Le retorció el pescuezo como si fuera un trapo. Después tomó un cuchillo grande y le cortó la cabeza. La cabeza cayó sobre la tierra. Ana se acercó a mirar. El pollo sin cabeza, gritó Juan. Lloraba. Ana lo levantó en brazos.
El padre de Marisa miró a Juan, tenía a la gallina agarrada de las patas.
-No seas gallina- dijo con desprecio.
La madre de Marisa trajo un olla con agua hirviendo. Desplumaron a la gallina.
-Querés quedarte a comer-le preguntaron a Ana.
Ana dijo que no . Dejo a Juan sentado en un banco que estaba en el patio. Juan la agarraba fuerte, no quería que se fuera.
Ana se fue a su casa. No contó lo que vio.
A la noche no podía dormir pensando en la gallina muerta. Pero un instantes antes de quedarse dormida imagino que estaba viva. Imagino que la gallina lograba escapar y salía volando.
Al día siguiente Ana se levantó. Buscó una hoja y dibujó una gallina que volaba por el cielo. La gallina naranja, el cielo celeste. Para Juan , escribió abajo.


Andrea Lobos
diciembre 2006

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