La cocina

Me voy a dormir a las ocho de la noche. Me despierto a la una de la madrugada. Me levanto porque tengo hambre. Voy al comedor. Entre la nube de humo de cigarrillo puedo ver a mi mamá y a mi papá.
Mi papá juega al ajedrez con un amigo. Mi mamá y otros dos amigos observan la partida. Me acerco a mi mamá y le digo que tengo hambre. Me dice que ya comieron. Quiero sentarme sobre sus piernas porque tengo frío.
-Estoy ocupada. Acostate en el sillón- me dice.
Tengo hambre le digo. Lloro. Mi papá interrumpe el juego, se levanta, va a la cocina, y vuelve con un sándwich de jamón y queso.



Mamá insiste en darme café con leche y sabe que no me gusta la leche. Mientras miro los dibujitos, corto en pedazos los mazos de cartas que mi mamá usa para jugar a la canasta. Los meto adentro de la taza, los hundo con la cuchara, revuelvo y los veo flotar.



Todos los días escucho a mi mamá quejarse porque tiene que cocinar. Sin embargo no sale de la cocina, es su laboratorio.
La cocina es el lugar más ordenado de la casa. Hay estantes con frascos llenos de especias. Mamá tiene plantas de perejil, tomillo, albahaca.
No quiere que nadie la moleste mientras prepara la comida. A mí me deja entrar porque dice que tengo que aprender. Yo le digo que tengo diez años.
Mamá pica cebollas. El cuchillo choca sobre la tabla de madera. Los pedacitos de cebolla, los dedos de mi mamá. Quiero que se corte un dedo. Me lo imagino: sangre mezclada con cebollas.
-Vas a hacer tuco-le pregunto-No me gusta-le digo.
-Una mujer no puede casarse sin saber cocinar- me dice.
-Yo no me voy a casar- digo. Mi mamá se ríe.
Me cuenta que la primera comida que le hizo a mi papá cuando se casaron fue arroz con pollo.
Termina de picar la cebolla y los dedos siguen sanos. Abre una lata de tomates. Mamá no usa abrelatas, usa un chuchillo de esos que tienen serruchito. Con la punta hace un agujero en la tapa de la lata , después hunde el filo del cuchillo y abre la lata con un movimiento circular.
La olla tiene aceite caliente, me doy cuenta porque cuando pone la cebolla hace ruido. Después agrega el tomate, el perejil muy verde y muy picado, zanahoria rallada Me gusta ver los colores: rojo, naranja y verde. Siento el aroma de todos los ingredientes y es mentira que no me gusta el tuco.
Mamá revuelve con la cuchara de madera y tapa la olla. Listo, dice.
-Después le agregamos unas gotitas de jugo de limón-dice como revelándome un secreto.
Pienso en Nico , el chico de sexto, que me gusta. No se lo cuento a nadie.




Mamá discute con papá y al día siguiente no cocina. Cuando llega papá de trabajar nos vamos a la rotisería.


Mamá insiste, le digo que es no es mi novio, que sólo estamos saliendo. Cuál es la diferencia, dice. Le digo a Luis que venga a cenar a casa. Mi mamá prepara arroz con pollo.
El arroz está delicioso. Podría pasarme la vida comiendo este arroz y este pollo que se deshace en la boca.
Hablamos de mi cumpleaños de quince. Papá me pregunta si quiero la fiesta. Le digo que no, que quiero que me regale un walkman.
Mamá le pregunta a Luis si quiere más, él dice que sí. Luis come dos platos de arroz con pollo.


Cumplo veintiún años, alquilo un departamento. Hago la mudanza. Durante un mes sigo durmiendo en la casa de mis padres hasta que un día decido irme definitivamente.
Entro a la cocina. El olor del aceite calentándose me pone contenta. Milanesas, pienso. Mi boca se llena de saliva imaginando la carne con gusto a ajo y perejil.
- Me voy- le digo a mamá.
Ella está batiendo huevos. Se da vuelta, me mira y se limpia las manos en el delantal a cuadrillé rojo. Se acerca, me abraza y llora. Me pide que me quede a comer.
-Estoy preparando milanesas-dice-¿Te quedas?
-¿Con qué?- Pregunto.
-Con puré de batatas-contesta.
No puedo resistirme.
Papá mira televisión. Mamá me cuenta que la vecina de la planta baja C está enferma, que la internaron en el Durand, que pobre, que vive sola, que la hija la visita una vez por semana y que cuando están juntas lo único que hacen es pelear.
-Supongo que vas a llamar por teléfono- dice mamá.
-Sí, quedate tranquila.- Hay postre- pregunto.
-No-contesta mamá.
Antes de irme, mamá me da un tapper con milanesas. Después no te olvides de traérmelo, me dice y presiona la tapa con los dedos pulgares. En la puerta me abraza, pero yo no quiero que me abrace, me quiero ir.
Cuando era chica mi mamá se quejaba cuando la abrazaba, decía que la iba a lastimar. Mi mamá dice que no soy cariñosa.


Me recibo de socióloga y me voy a Madrid durante dos meses.
Dos días antes de volver a Buenos Aires llamo a mamá por primera vez. Estoy harta de los sabores extraños.
Entro a un locutorio sobre la Gran Vía. Pensé que estabas muerta, me dice. Le digo que no exagere, que dentro de dos días estoy en Buenos Aires, le pido que haga asado de tira con papás. Corto. Tengo hambre.


Muere papá. Después del entierro acompaño a mamá a su casa. Pedimos empanadas a La Continental. Mamá pone tres servilletas en la mesa. No le digo nada. Le pido que se siente, voy a buscar los vasos. Sobre la mesada de la cocina está el cenicero de papá. Lo tiro a la basura.
Abro la heladera para sacar algo para tomar. Hay un pedazo de queso Mar del Plata y de dulce de batata. Eso le gustaba a papá. Saco un botella con jugo.
Mientras esperamos que llegue el delivery, le pregunto a mamá qué fue lo último que habló con papá.
-Discutimos. Tu padre se enojó porque la comida que preparé no le gustaba-dice.
-Qué hiciste- le pregunto-Hamburguesas caseras-contesta mamá.
Mamá me cuenta que papá estaba sentado en el borde de la cama desabrochándose la camisa. Que le dijo que cuando no tenga ganas de cocinar que no cocine. Después cayó de espaldas sobre la cama.
Suena el portero eléctrico. Bajo a buscar las empanadas. Le pago al chico del delivery. La caja está caliente. A papá no le gustaban las empanadas compradas afuera. Decía que le ponían cualquier cosa.
Las empanadas de carne están picantes. No puedo dejar de pensar en las hamburguesas caseras. Como seis empanadas. Todas de carne.
Duermo en el sofá. Al día siguiente me despierta el olor a café. Me levanto, voy a la cocina, mamá está haciendo tostadas. Ella está de espaldas, en camisón y descalza.
-¿Querés una tostada- me pregunta. Nos abrazamos.


Trabajo en una investigación sobre consumo de bebidas alcohólicas. Hago entrevistas a encargados de bares y restaurantes. Conozco a Martín. De día trabaja en una pizzería en Las Cañitas y a la noche es ayudante de cocina en el Hotel Intercontinental.
Lo entrevisto en la pizzería. Me ofrece comer una picada y tomar cerveza. Acepto. Queso, salamín, aceitunas, saboreo cada uno de los ingredientes. Me gusta Martín. Tomamos dos cervezas. Estoy mareada. Voy al baño. Cuando vuelvo me pregunta si estoy de novia. Le digo que no. Me pide el teléfono, se lo doy.
-Si te llamo para salir, venís-me pregunta.
-Sí-contesto.


Vamos a tomar algo a La Cigalle. Me pregunta si me gusta cocinar. Le digo que sí. No me cree, se ríe. Dice que soy demasiado intelectual.
Me voy a vivir con Martín. A mamá no le gusta Martín, tampoco su forma de cocinar. Dice que es demasiado rebuscado. Cuando mamá nos visita, cocino yo. Me dice que soy aceptable, que ya me puedo casar.


Hoy viene mamá a cenar y voy a decirle que estoy embarazada. Llego a casa, dejo la cartera sobre la mesa, entro a la cocina .
Suena el teléfono, no lo atiendo. Estoy cansada y no tengo ganas de hablar con nadie. Es Martín, que dice que no va a venir a comer, que espera que mi mamá no lo tome a mal. Es un alivio, pienso. Últimamente discuten todas las veces que se ven. Mamá esta vieja.
Abro la heladera, no sé que hacer. Tiene que ser algo que a ella le guste, algo que al entrar a casa, le haga decir qué rico, y preguntar con tono de curiosidad y envidia, qué estás cocinando.


Andrea Lobos



















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