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Nunca ha de morir

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Cuando tengas treinta años te va a gustar, me decía mi padre, que ya no está. Tuve un padre joven, un muchacho que en los `70 escuchaba rock progresivo. En casa sonaba esa música, y yo la escuchaba sin entender demasiado, a veces sintiendo rechazo por tanta distorsión. Esa es la prehistoria de mi gusto por el rock. En 1984 entré a la secundaria, el rock argentino recibía raros peinados nuevos. Yo comenzaba mi adolescencia y la banda de sonido de esa época fue sin duda el rock. Mis compañeras casi todas escuchaban rock de acá, y a algunas las dejaban ir a los recitales, a los que yo no podía ir. Nuevos sonidos, nuevas poéticas, comenzaban a sentirse. Yo me enamoré de Soda Stereo, todavía recuerdo la promo en la radio del primer disco. También recuerdo que no tenía buena prensa escuchar esa banda pasatista, blandita, demasiado pop. Pero a mi me gustaba y el tiempo me dió la razón. Pero más allá de mi gusto por las nuevas bandas, Spinetta siempre estaba presente con sus músicas, sus