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Mostrando las entradas de febrero, 2007

Mujercitas

Marisa no quiere jugar con ella. No tiene ganas, le dice. Desde hace unos días Marisa tiene novio, es el chico que vive a una cuadra, el hijo del dueño de la panadería. Se llama Julián y tiene 12 años, igual que Marisa. Ana está acostada en la cama, lee Las mujercitas se casan. No puede concentrarse. Las palabras del libro se le mezclan con la cara de Marisa diciéndole que no quiere jugar. Y las chicas que antes jugaban en la nieve con Laurie, armaban obras de teatro y pasaban las tardes en el altillo de Jo, ahora tienen problemas de personas grandes. Meg sólo piensa en casarse, lo mismo le pasa a Amy, que quiere encontrar un novio a toda costa. Jo es la única que no piensa en novios. Ana cierra el libro. Lo abre otra vez. Jo decide irse a Nueva York. Le dice a la madre que necesita alejarse de la familia para hacer su propia vida. Necesita saber qué le pasa estando lejos de sus hermanas y de su padres. La madre llora, pero la deja ir. Jo llega a Nueva York un día

Mi papá (segunda versión)

Esa noche hacía calor y soplaba un viento suave. Mi papá estaba sentado en el umbral de la puerta de nuestra casa. Mi hermana y yo jugábamos carreras de esquina a esquina. Me preparaba para la próxima carrera cuando vi a un hombre que se acercaba. Lo observé con atención. Reconocí a mi tío, estaba con una mujer embarazada y dos nenas chiquitas. Les mire las manos: no traían bolsos. Listo, preparado, ya, grité y corrí lo más rápido que pude. -Ahí viene el tío-le dije a mi papá. -¿Qué tío?- dijo mi papá. -El Negro-contesté. Mi papá se levantó, tiró el cigarrillo a la vereda y lo aplastó. -Hola hermano-dijo mi tío. Mi papá lo miró con sorpresa. No lo alegraba verlo. Y yo lo sabía. También sabía que cuando mi tío aparecía era para pedirle plata a mi papá. Hacía más de dos años que no lo veíamos. Las últimas noticias decían que estaba viviendo en Puerto Madryn. Mi tío le debía plata a medio San Miguel. A mi papá le daba vergüenza ser reconocido

La gallina

Ana y Marisa jugaban a las vecinas. Estaban sentadas en el porche de la casa de Marisa, desde ahí se veía la plaza con el pino alto, el mástil donde nunca había bandera, rodeado de un camino hecho de piedritas naranjas. Ese día no jugaban en la plaza porque hacía mucho calor. El porche estaba limpio, el piso brillaba. La madre de Marisa decía que lo limpiaba con kerosene. Esa era la única parte de la casa que le agradaba a Ana. El resto de la casa era desordenada y sucia. En la cocina siempre había moscas. En el patio de atrás no podían jugar, siempre estaba lleno de las maderas que usaba el padre de Marisa en el taller de carpintería. También estaba el gallinero del que salía un olor que a Ana le desagradaba. En el piso del porche había una mantel de tela que Marisa le sacó a su mamá para jugar. Era un mantel con círculos amarillos y naranjas. Sobre el mantel había dos tazas, una azucarera, cucharas, una jarra, una botella, un cuchillo, y las mamaderas de las muñecas. La muñeca de Ana

La cocina

Me voy a dormir a las ocho de la noche. Me despierto a la una de la madrugada. Me levanto porque tengo hambre. Voy al comedor. Entre la nube de humo de cigarrillo puedo ver a mi mamá y a mi papá. Mi papá juega al ajedrez con un amigo. Mi mamá y otros dos amigos observan la partida. Me acerco a mi mamá y le digo que tengo hambre. Me dice que ya comieron. Quiero sentarme sobre sus piernas porque tengo frío. -Estoy ocupada. Acostate en el sillón- me dice. Tengo hambre le digo. Lloro. Mi papá interrumpe el juego, se levanta, va a la cocina, y vuelve con un sándwich de jamón y queso. Mamá insiste en darme café con leche y sabe que no me gusta la leche. Mientras miro los dibujitos, corto en pedazos los mazos de cartas que mi mamá usa para jugar a la canasta. Los meto adentro de la taza, los hundo con la cuchara, revuelvo y los veo flotar. Todos los días escucho a mi mamá quejarse porque tiene que cocinar. Sin embargo no sale de la cocina, es su laboratorio. La cocina es el lugar más ordenado

Mi papá

Esa noche mi tío el Negro llegó con una mujer embarazada y dos nenas chiquititas. No traían bolsos. Hacía mucho calor. Mis padres estaban sentados en el umbral de la puerta de casa. Mi hermanita y yo jugábamos carreras desde la puerta hasta la esquina. Nos preparábamos para la próxima carrera. Yo fui la primera que vi a mi tío. Listo, preparado, ya, grité y corrí lo más rápido que pude para llegar a la puerta de casa. -Ahí viene el tío-dije con la respiración agitada. -¿Qué tío? Dijo mi papá. -El Negro-contesté. Mi papá estaba sentado en el umbral de la puerta de casa. Fumaba. Se levantó, tiró el cigarrillo a la vereda y lo aplastó hasta apagarlo. -Hola hermano-dijo mi tío. Mi papá lo miró con sorpresa. No lo alegraba verlo. Y yo lo sabía. También sabía que cuando mi tío aparecía era para pedirle plata a mi papá. Hacía más de dos años que no lo veíamos. Las últimas noticias decían que estaba viviendo en Puerto Madryn. Mi tío le debía plata a medio San Miguel. A mi papá le daba vergüenz

Nochebuena

El intendente decidió pasar la nochebuena con las personas que vivían en las calles de la ciudad. Por eso convirtió la avenida de Mayo en un gran comedor. Ciento cincuenta mesas y más de quinientas sillas cubrían el asfalto brilloso de la avenida. Las sillas y las mesas eran de plástico blanco. No tenían manteles. Sobre las mesas había botellas de Coca Cola y platos con dos o tres panes. En un costado había tres mesas. También eran de plástico pero tenían manteles de tela roja. De los bordes colgaban moños dorados que se movían con el viento suave de la noche de verano. La calle estaba más iluminada que de costumbre. Luces de neón con formas de estrellas atravesaban la calle como un gran arco iris amarillo. Sobre las veredas había reflectores que daban una potente luz blanca. El cielo estaba lleno de nubes pero era difícil verlo. Hombres y mujeres bajaban de las combis municipales. Algunos están abrigados, a pesar del calor. De a poco fu